Originaria de Capula, Michoacán, esta técnica combina tradición, precisión y un profundo legado familiar. El capulineado se distingue por el uso de un barniz natural elaborado a partir de la cáscara del capulín, un fruto silvestre que aporta a cada pieza un tono rojizo cálido y un brillo característico.
Con herramientas adaptadas y movimientos calculados, los artesanos pintan a mano minuciosos patrones de puntos que decoran jarrones, platos, tequileros y más. Cada trazo es un homenaje a las generaciones que han preservado esta técnica, y a la conexión entre la tierra, la materia y el arte.