Cada pieza que creamos es mucho más que un objeto:

es el resultado de técnicas tradicionales que han pasado de generación en generación, aplicadas con maestría por artesanos de distintas regiones de México. Desde la precisión milimétrica del pincelado fino de Tilcajete, hasta los colores vibrantes y simbólicos del pegado de chaquira huichol; la fuerza del cobre martillado, la tradición detallista del pincelado de capulineado, y la elegancia atemporal del barro negro... cada intervención es única y lleva consigo identidad, tiempo y dedicación.

Pegado de chaquira Huichol

Nuestra técnica con mayor trayectoria en Ascalapha, el arte en chaquira es originario de Mezquitic, Jalisco, y representa una de las expresiones más profundas de la cosmovisión wixárika. Cada intervención con chaquira es el resultado de una técnica ancestral que convierte cada objeto en una pieza única, cargada de simbolismo e historia. Con precisión milimétrica y sin bocetos previos, los artesanos colocan una a una diminutas cuentas de cristal, guiados por composiciones inspiradas en visiones, mitología y el entorno natural que los rodea. Cada patrón en chaquira es una forma de honrar tradiciones vivas, de conectar con raíces profundas y de dar valor al trabajo hecho con sentido y propósito.

Pincelado fino de Xalitla

Cada pieza intervenida con pincelado fino en Xalitla, Guerrero, es una narrativa visual que refleja las costumbres, rituales y vida cotidiana de los pueblos indígenas del sur de México. Con pinceles delgados y trazos minuciosos, los artesanos plasman escenas cargadas de historia, identidad y simbolismo sobre barro natural o papel amate. En Ascalapha colaboramos con artistas de Xalitla que dominan esta técnica única, donde cada trazo es un homenaje a la memoria colectiva de sus comunidades. La complejidad de las líneas y la riqueza de los elementos ilustrados hacen de estas obras un testimonio vivo de tradición, paciencia y profunda conexión con sus raíces.

Pincelado fino de Tilcajete

Esta técnica, originaria de San Martín Tilcajete, Oaxaca, se caracteriza por el fino y delicado pincelado aplicado principalmente en esculturas de madera de copal talladas a mano. Realizada con paciencia y maestría, da lugar a patrones minuciosos y vibrantes que adornan cada pieza artesanal. Los artistas utilizan pinceles extremadamente delgados para plasmar detalles únicos, desde formas geométricas y florales hasta símbolos que evocan la cosmovisión zapoteca. Cada trazo es un testimonio de la conexión entre tradición, creatividad y dedicación, convirtiendo estas obras en verdaderos tesoros culturales.

Modelado de barro negro y café

En San Bartolo Coyotepec, Oaxaca, el barro se convierte en arte mediante una técnica ancestral que combina modelado a mano, pulido con cuarzo y una cocción especial en hornos cerrados sin oxígeno. Este proceso, transmitido de generación en generación, da como resultado piezas de color negro intenso y acabado brillante, reconocidas en todo el mundo. Cada creación es moldeada con precisión y sensibilidad, reflejando la conexión entre la tierra, el fuego y la identidad cultural oaxaqueña. En Ascalapha colaboramos con familias artesanas que mantienen viva esta tradición, transformando el barro en figuras simbólicas y decorativas llenas de historia, belleza y orgullo.

Martillado de cobre

En Santa Clara del Cobre, Michoacán, el metal se transforma con fuerza, fuego y tradición. Cada pieza nace del arte del martillado: láminas de cobre cobrando forma a golpes, con precisión milimétrica y un ritmo que solo los artesanos de este pueblo han perfeccionado durante generaciones. El proceso inicia con el recocido del cobre, que se calienta al rojo vivo y luego se trabaja con diferentes martillos para moldear, texturizar y dar vida a objetos tanto utilitarios como decorativos. A lo largo del proceso, el material es templado, soldado y pulido, hasta obtener formas únicas que mezclan funcionalidad con belleza artesanal.

Capulineado

Originaria de Capula, Michoacán, esta técnica combina tradición, precisión y un profundo legado familiar. El capulineado se distingue por el uso de un barniz natural elaborado a partir de la cáscara del capulín, un fruto silvestre que aporta a cada pieza un tono rojizo cálido y un brillo característico. Con herramientas adaptadas y movimientos calculados, los artesanos pintan a mano minuciosos patrones de puntos que decoran jarrones, platos, tequileros y más. Cada trazo es un homenaje a las generaciones que han preservado esta técnica, y a la conexión entre la tierra, la materia y el arte.